* El Negro Fontanarrosa vivió casi toda su vida en Alberdi,
un barrio de casas y caserones junto al río en el norte de Rosario. En la
comisaría de avenida Alberdi estuvo preso por jugar en la calle a los
pistoleros con Crist. Los fue a sacar la madre del Negro. Ellos eran grandes y
tendrían que haber sabido que no estaban los tiempos para jugar a nada. Un día
Fontanarrosa se compró un Citröen 2CV color verde manzana y aprendió a manejar
solo por su barrio. Desde allá, desde la calle Agrelo, venía entonces en auto,
todos los días, y pasaba por mi librería. Comenzaba así un recorrido de siete a
diez cuadras, según, que lo llevaba a El Cairo con paradas intermedias en la
galería La Favorita: ahí trabajaban un montón de amigas a las que el Negro
visitaba siempre: Liliana Tinivella, Estela Pomerantz, Laurita Borello, Liliana
Vergara, Silvia Aiello y más. Pero nunca después de la siete de la tarde
Fontanarrosa llegaba al bar al que le fabricó una leyenda.
* Mi primera novela se llamaba 'Respiración artificial'. Yo
vivía en Rosario, tenía una librería especializada en literatura y
psicoanálisis, y con alguna puntualidad viajaba de vez en cuando a Buenos
Aires. No recuerdo cómo nos habíamos conocido Ricardo Piglia y yo. Pero lo
cierto es que un día de 1973, en uno de esos viajes que casi siempre tenían que
ver con asuntos de la librería, una tarde me encontré con Piglia en el La Paz.
Le llevaba mi novela para que la leyera. Él dirigía la Serie Negra de Tiempo
Contemporáneo y planeaba comenzar a publicar algunos libros argentinos. Era un
día de sol, eso lo recuerdo. Y también el gesto de perplejidad de Piglia cuando
abrió la carpeta y vio el título de mi novela. “Pero… -dijo, hizo una pausa y
me miró-. Así se llama la novela que estoy escribiendo”. Se sintió en la
necesidad de darme pruebas. Y después me dijo que mi novela ya estaba terminada
y que el título era mío.
Volví a Rosario pateándome las bolas. La tarde siguiente,
cuando Fontanarrosa pasó por la librería, le conté. El Negro había leído el
libro. Le pregunté si se le ocurría un título. Me dijo que lo iba a pensar. El
día siguiente, a eso de las cinco de la tarde, cuando pasó, me dijo: 'El agua en
los pulmones'. Y a mí me volvió el alma al cuerpo. Mi novela salió a finales de
ese año; la de Piglia siete años después, en 1980.
* Otro día, fiel a sus costumbres, Fonatanarrosa pasó,
charló con Silvia y con el Lulo, que trabajaban en la librería Signos, miró
algunos libros y, antes de seguir su camino, dibujó con lápiz, en un papel
pegado con scotch a un fichero, un hombrecito desaforado. “Es un personaje -me
dijo-. Se va a llamar Inodoro Pereyra”. No me acuerdo ni qué decía ni para qué
estaba el papelito en ese fichero. Sí me acuerdo, en cambio, que no se me
ocurrió guardar el primer personaje de Fontanarrosa que vi.
Una tarde el Negro cayó con una carpeta llena de hojas
escritas a máquina. Me contó que después de dibujar por las mañanas y de dormir
la siesta no tenía nada que hacer hasta la hora de venir para el centro.
Entonces se había puesto a escribir. Fue el primer libro de cuentos de
Fontanarrosa. No quiso corregirlo (si había que hacerlo, me dijo, que lo
hiciera yo), se publicó en una editorial chiquita que teníamos, Encuadre, y se
llamó 'Fontanarrosa se la cuenta. Años después el libro se reeditó como ´Los
trenes matan a los autos'.
Fuera del dibujo, antes o después del dibujo, Fontanarrosa
fue un cuentista extraordinario. Señalado desde temprano por Elvio Gandolfo,
por Fogwill, por Soriano, la obra literaria del Negro, como suele suceder con
los grandes escritores populares, se llenó de lectores y recibió el silencio de
la crítica culta. Pero a Fontanarrosa no le importó. No quería eso y no sufrió
por eso. En uno solo de sus libros, 'El mundo ha vivido equivocado' (1982), las
pruebas son infalibles. En ese libro están, por ejemplo, el que le da título al
conjunto y 'Sueño de barrio', dos cuentos magníficos.
* Años después, otro día de sol, fui yo el que pasó a ver al
Negro Fontanarrosa. Ya no vivía en Alberdi. Me esperaba en un departamento
alto, en la avenida Belgrano, frente al río. Las últimas veces que nos vimos
nos vimos ahí. Yo viajaba con alguna regularidad para eso. Y así fui viendo
cómo una ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) le iba atrofiando los músculos y
lo iba encerrando en sí mismo como en la peor de las cárceles. Pero no dejó de
dibujar, de imaginar los chistes de cada día para Clarín y el guión de Inodoro
Pereyra hasta que a cada cosa le fue llegando el punto final.
Esa tarde de 2007, al sol, en el balcón, frente al río,
hablamos un rato largo. Hablamos de Rosario Central, hablamos de un cuento que
se le había ocurrido y hablamos de nuestros hijos, Franco Fontanarrosa y Lía
Martini, que hoy tienen 30 años y que fueron amigos desde chicos. En frente,
cerca de la isla, a unos 700
metros de la ciudad, pasaba un barco chino, el Bum Chin.
“Estaría bueno -dijo Fontanarrosa- subirse a uno de esos barcos”. “¿Para qué?”
El Negro me miró, sonrió, volvió a mirar al Bum Chin, y no dijo nada.